lunes, 29 de abril de 2013

306.900 minutos

Hace poco he estado en Sevilla una semana. Debería haber ido a Suecia a ver a mi amigo Edu que hace su particular año Erasmus en Linköping, pero a la semana de haber comprado el vuelo con destino a tierras de rubias altas y guapas me informan que justo en medio de las fechas será mi acto de Graduación. Y a Suecia podré ir (o eso espero) muchos otros años, pero días como ése se supone que sólo voy a tener uno. 

Volver a mi querida ciudad es algo que me encanta, pero en primavera Sevilla tiene una vuelta de tuerca de más. Ese olor a azahar, ese sol y esa temperatura, esa Feria... todo ello aderezado con l@s italian@s del año pasado que vuelven a "casa" por Feria, los montaditos de solomillo al whisky del Bar Casa Eme junto con una Cruzcampo bien fría, tus amigos de siempre y tu familia, y la semana que pasas en tu hogar se hace muy intensa. 

Sólo habría bastado que mi pasaje en Sevilla hubiera estado adornado con la Feria de Abril para que se me olvidara de sopetón el dinero que perdí por tener que cambiar los vuelos. Mira que la tengo todos los años, pero es que cada uno que pasa me gusta más. Y dos días me supieron a poco, aunque estuvieran muy cargados: la cena con la Portada enfrente en casa de Pepe, meternos en una caseta de vete tú a saber quién para bailar hasta altas horas, los churros con chocolate de la mañana, el almuerzo en la caseta "Los Puertos", la tarde de caseta en caseta improvisada, la noche con Páris y sus amigas, el encalome en una caseta privada patrocinado por Beca, la despedida con lágrimas en los ojos del Real... (vale, a esto ayudaría seguramente el alcohol ingesto)


Pero además de todo ello, esa semana estuvo marcada por algo muy especial: mi Graduación. En Italia podré celebrar también mi "festa di Laurea", que será por tradición el día en que lea mi tesis (vete tú a saber cuándo), y será una fiesta algo solitaria, pues aquí cada estudiante tiene su propio día de festejo. Pero con todos mis respetos a las tradiciones italianas, por mi parte prefiero nuestra forma de celebrar el final de una etapa universitaria. En mi caso son nada menos que 6 años compartidos con gente extraordinaria, y haberlo celebrado sin ellos hubiera sido, por lo menos, insignificante. 

Ya dijimos José Enrique y yo bastante en el discurso que leímos, así que no me quiero repetir. Pero como este post va dedicado especialmente a todos aquellos que desde primero de carrera han compartido conmigo este camino, querría remarcar que los 306.900 minutos vividos en clase con todos vosotros no serían nada sin los incontables momentos que hemos tenido juntos, tanto dentro como fuera del aula. No sé si a alguno de vosotros os pasará que sólo dentro de un tiempo, cuando esté inmerso en una vida muy diferente a la universitaria, echará la vista atrás y valorará todo lo que vivió en estos 6 años. Yo no quiero esperar ese tiempo, y antes incluso de que acabe este año he rememorado momentos que me han hecho sonreír nostálgico. Son muchos, muchísimos, como para intentar mencionar aquí aunque sólo fuera algunos. 

Antes de empezar la doble licenciatura, alguien me dijo que la etapa universitaria iba a ser la mejor de mi vida. ¿Le faltaba razón? Me gustaría pensar que sí, que se equivocaba, pues terminar ahora y asumir que lo mejor de tu vida ya lo has vivido es bastante triste. Creo que mi forma de ser me ayuda a que de cada cosa saque siempre lo positivo, y a intentar que cada día sea mejor que el anterior. Pero eso no quita que sepa perfectamente que mi experiencia en estos 6 años no se va a volver a repetir. 

Por ello, independientemente de que algunos o muchos de vosotros sigáis presentes en mi vida aún acabando la Universidad, no quiero esperar más para volver a agradeceros todo lo que habéis hecho por mí, aunque no os hayáis dado ni cuenta. Por ser en quienes pensaba cuando estaba desmotivado ante un examen, por esos apuntes prestados, por los muchos mensajes de apoyo en diferentes momentos, por el tiempo que os he robado cuando no entendía algo y me lo teníais que explicar, por acordaros de mí cuando íbais a tomar café o una cerveza, por acogerme en vuestros grupos de amigos cuando no pintaba nada en ellos, por las Semanas Santas, Ferias, Navidades, cumpleaños y tantas fiestas, por aguantar todas mis bromas y gracias, por recibirme siempre con una sonrisa... GRACIAS. 

Esté donde esté, en Italia o donde me lleve la vida, estos 6 años son inolvidables. Y no precisamente por lo que haya hecho yo, sino por lo que habéis hecho vosotros de mí, siendo como sois. Buenas noches... y buena suerte. 



P.D: Y para los que están en la foto de arriba, los que faltan por diversos motivos...y para Conjunta, os dedico esta canción para cada vez que os vengáis abajo:


lunes, 1 de abril de 2013

Ayyy Carmela

Semana Santa algo pasada por agua. Eso es lo que veía por internet al poner la televisión que retransmitía en directo las imágenes de Sevilla. En Pavía, mientras, había hecho unos días bastante buenos. Hasta que llegó mi hermana. 

Jueves por la tarde y llueve en Milán. Carmela se ha traído la lluvia desde Sevilla. No sé qué le habrá hecho al karma en esta u otra vida pasada pero vaya tela. Dejadas las maletas en consigna y habiendo visitado a mi inseparable Burger King, caminamos bajo el paraguas hasta el centro. O al menos con el paraguas, porque el hijo de puta que me lo vendió no me dijo que no haría falta ni una leve brisa de aire para que se abrieran las varillas en mitad de la calle. 

Aparte de ver lo típico, con una hermana no te puede faltar tenerla contenta y entrar en tiendas de ropa a que se le pongan los dientes largos. La Rinascente es un centro comercial al lado del Duomo, estilo "El Corte Inglés" pero sólo con marcas de lujo: Prada, Louis Vuitton, Gucci, Dolce & Gabbana, Armani...en definitiva, 400 € los paraguas así que me quedo con las ganas de comprarme uno que me sirva mejor porque no tengo suelto en ese momento. Todavía abrumados de tanto lujo llegamos a Pavía donde con el tiempo justo (y lloviendo por supuesto) hacemos aperitivo en el Minerva Lounge Bar. Porque igual no nos hemos comprado nada en Milán, pero eso es porque no queríamos: preferimos gastarnos dinero en cenar con los amigos en un sitio "chic" que lleve de coletilla "lounge bar". ¿Qué ocurre luego? Pues nada, lo típico, un poco de Raise, una mamma fragola para tres, la típica cara de quien ve hacer esa monstruosidad por primera vez, un poco de karaoke y para casa. ¿Me duermo en casa para descansar? No, obviamente, es la Madrugá sevillana y allí no llueve, así que me quedo una hora al menos disfrutando en la distancia del Señor de Sevilla y el Sentencia.

El despertador suena para recordarnos que, si mi hermana quiere volver a Sevilla y poder contarle a mis padres que ha hecho algo de turismo aparte de beber todas las noches, habrá que irse a Como. Las combinaciones las miramos anoche pero ni por esas: corremos hasta que nos falta el aire, compramos un billete in extremis y nos montamos en un tren. Demasiado nuevo y lujoso para habernos costado tan poco el viaje. Algo me huele raro. Y como el karma anda rondando por encima de la cabeza de mi hermana y el tiempo parece despejado por esa zona, dos minutos antes de llegar a la estación aparece el revisor: los billetes que hemos comprado no valen para ese tren y hay que pagar la diferencia. "Bueno, tampoco será para tanto", pienso. ¿Jí, no? Pos toma, por chulo 32 euros. Temblando le soltamos el dinero y nos bajamos abatidos del tren. Al menos hace sol. 

En Como entramos en el Duomo (mu bonito, oye) y visitamos, cómo no, una famosa hamburguesería (paso de hacerle publicidad a la competencia, lo que manda es el Burger King de Milano Centrale). Se nos unen Aria y Clara, una amiga que la está visitando estos días. Vamos en autobús a Bellagio y volvemos en ferry (precioso todo, padres, todo muy cultural y naturaleza en estado puro) con Carlota, otra chica de Pavía, con quien trazamos un plan maestro para acojonar a su compañero de piso que está loco. 



Después de que le cobren 50 céntimos por un vaso de agua a Clara en un bar, volvemos a Pavía donde nos espera un botellón en casa de Andrés que he organizado yo. Andrés, que ha llegado este segundo cuatrimestre, debe de estar encantado conmigo pues le he metido en su casa a 3 hombres y el resto mujeres. La cosa no se desmadra demasiado y el otro día mucho quejarse pero ahora bien que le vienen las sillas que le dejamos en casa cortesía del bar que tiene abajo (es una larga historia y no viene al cuento, pero digamos que tá tó pagao). La noche finaliza en Nirvana. Sin incidentes que mencionar, salvo que mi hermana está cogiendo demasiada confianza con mis amigas y se pone a bailar con ellas como si no hubiera mañana. 

Por fin el sábado nos levantamos habiendo dormido algo más que el resto de días y damos una vuelta por Pavía. ¿Cómo? Lloviendo, claro está. Unas cuantas iglesias, el Ponte Coperto, el Duomo, el Castello (ya podría hacerme esta ruta para las visitas con los ojos cerrados) y como viene siendo habitual, café en casa de Pelayo y Jorge, con los que cenamos más tarde en casa. "Salchipapas", plato estrella de Pavía, qué ricas. Por la noche toca reventar casa de Sara. Allí la mitad somos viejos conocidos y la otra mitad visita, pero nos entendemos todos perfectamente y sabemos que mientras no usemos gasolina y fuego la cosa saldrá bien.


Nos echan las propietarias de casa porque tenemos que ir al centro a una sala donde pincha un italiano que conocemos (vamos, que nos encasquetan una fiesta by the face) y luego Cantina, ese local subterráneo lleno de ilegalidad donde se puede fumar y cierra a horas altamente cuestionables en cuanto a órdenes municipales se refiere. Allí dos de nuestras amigas se pasean con sombreros mejicanos ofreciendo Tequila y a mí eso me da miedo porque la noche puede acabar mal, pero como el Tequila y yo no nos llevamos bien escapo de la tentación y vuelvo a casa sano y salvo con mi hermana y Pelayo, no sin antes presenciar como Sara iba hecha peazos y no era capaz ni de ponerse el abrigo sola. Lo dicho, menos mal que no probé el Tequila. Justo al lado de casa vemos pasar enfrente nuestra una chica corriendo. Mi hermana y yo nos miramos. "¿Ésa era Fuchsia?". Afirmativo, lo era. Borracha y sola, Fuchsia (mi nueva compañera inglesa de piso del segundo cuatrimestre de la que no os he hablado porque no he tenido tiempo) ha llegado corriendo a casa desde Cantina y lanza gritos e improperios en la cocina porque ha perdido su chaqueta y la que trae consigo no es la suya. De hecho la tira al suelo cabreada. Luego se acuesta en el sofá y mi hermana la tapa con una manta. Si es que es más atenta mi Carmela... a la mañana siguiente, Fuchsia se despierta en el salón y la oímos hablar consigo mismo "Shit shit shit shit! I lost my jacket!"

Los días que has estado en Pavia, Carmela, no han sido los mejores en cuanto al tiempo, pero sí ha sido increíble el tiempo que has estado. Se me ha hecho cortísimo y no veo la hora de volver en 10 días a Sevilla y bailar unas cuantas sevillanas contigo. Gracias por venir, no voy a poner de nuevo cuánto te quiero, y prepárate porque voy con ganas de Feria. También será corto pero intenso. 

P.D: ...y ya estamos en abril, señores...